Recalculando

Momento de freno. De apagado del piloto automático.
De bajar un cambio, o varios.
De descansar, de compensar, de equilibrar.
De viajar bien adentro para luego expandir, pero mientras tanto: Silencio.
Distancia, soledad, conexión, conciencia, bienestar.
Momento de limpieza, de depuración total.
Momento de quietud y vibración.
Momento de gestación.

Sin nombre

No sos vos, y no, no soy yo.
Es esa imantación que surge entre los dos.
Es ese "algo más" al que no lo define ninguna palabra, que nos excede.
Luz divina en espiral que nos enrosca
y nos traslada, nos hamaca.
Sabores entrelazados,
estremecimientos y vibración;
Pulsión. Creación. Elevación.

Condicional

Si pudieras conocerme como soy, y no como dejo ver que soy, o como lo que supones vos que soy.
Si pudieras escuchar las palabras que no salen de mi boca y te susurran.
Si pudieras leer mis sentimientos como a un libro.
Si pudiera contarte con una sola mirada, con un solo gesto,
todo lo que está cubierto por estos telones invisibles que llevo.
Si pudiéramos acercarnos, y sin necesidad del habla hacer sonar el silencio;
comprenderías todo lo que quiero decirte y no puedo, y todo lo que deseas yo también podría verlo.
Y al fin, reconocernos ahí, en ese otro lugar: en ese lugar en el que no hablan las palabras.

Despecho

Como cada sábado, desde hace años, se despierta temprano y se sienta en la cama a esperar a su amado que le traiga, como siempre, ese desayuno adornado con flores recién cortadas en bandeja colmada de sabrosas frutas de variados colores y perfumes. Con infusiones, tostadas, manteca y mermeladas de frutilla, higo y damasco. Medialunas, galletas, dulce de leche y esa sonrisa, la sonrisa más tierna que hayan podido apreciar sus ojos, ese brillo enamorado en la mirada, y ahora; la tristeza.
La desilusión nueva de cada sábado. La espera imbécil de esos ojos que vuelvan a decirle cuanto la aman. Esa mirada tan única, tan viril, tan masculina y ahora; la angustia. Esa opresión en la garganta y en el pecho mezcla de odio, dolor, resentimiento y venganza. Y la espera... esta espera que lleva tantas lunas. Quizás sea el sueño, ese mismo sueño que la agobia cada mañana y cada anochecer.
Piensa y vuelve a pensar y no encuentra explicación alguna a su soledad, si todo era perfecto. Tantas preguntas, tantos sueños inconclusos, tantos vientos que quedaban por compartir se revuelven en sus tripas con tanto odio encadenando sus órganos. Lo imaginaba, estando lejos y feliz y más nudos en su garganta, o besando y amando a otra mujer y más órganos estrujados, espasmódicos. Con cada mañana, una nueva erupción le cubría el cuerpo. Se rascaba más y más fuerte cada vez, y sangraba y se rascaba. Dejó toda actividad y se regodeó en su soledad, y en sus erupciones, en sus heridas.
¿A donde está? ¿Por qué nunca volvió a encontrarlo? ¿En dónde y con quién estaría? ¿Con quién?... Como un alud pasó y rompió sus objetos, sus ropas que nunca buscó, sus papeles y ahora libros viejos, fuego, llamas, documentos, y cuando se dió cuenta estropicios y tóxicos inundando el ambiente. Con el agua alcanzó a frenar el fuego, pero el desperdicio quedó intacto. Y bebió, bebió hasta desfallecer. Se derpertó a la medianoche, se arregló y salió en busca de otro trago. Eligió el vestido amarillo, ese que había usado aquella vez; con él.
Ese primer encuentro solos, en donde las chispas saltaban en el aire, y las miradas se recorrían, se deseaban y se extasiaban imaginando lo que seguiría.
En cuanto se vistió sintió lo mismo. Exactamente lo mismo no, esta vez era mezcla de odio y excitación. Maquillada y peinada con dedicación, recuperó el aspecto juvenil y un poco de su belleza. Caminó, y cada paso un nuevo pensamiento, y cada pensamiento una nueva bola de fuego en su interior, un nuevo órgano estrujado. Entró a un bar y se pidió un whisky. Tal vez otro, y otro más. Los hombres la miraban, se acercaban, ella aceptaba otro whisky y luego los echaba. Pero entre ellos apareció él. Él, que tenía la mirada profunda como cuencos en donde podía encontrar su remanso, su calma. Y la sonrisa, era claramente la sonrisa más bella que había visto en su vida, la sonrisa que sólo él podía tener, esa voz grave y susurrante, seductora, que la invitaba con otro trago. No pudo reprimir sus emociones y lo invitó a su casa. Después de todo era él, ¿o no lo era? Solo podría no ser él si alguien hubiera tallado a mano un modelo tan semejante, una copia fiel del original. Quizás era su oportunidad de recuperarlo, al menos a una parte de él.
En el camino a casa se besaron y acariciaron como aquella otra vez del vestido amarillo. Cuanto entraron él le quitó el vestido casi rompiéndolo y se besaron como si siempre se hubiesen amado. La levantó y ella gritaba y lo besaba, el clima era cada vez más excitante y agresivo, lo tiró al piso y comenzó a besarlo por todo el cuerpo, y a morderlo, a lastimarlo. Y el gusto a sangre, y más besos. Lo miraba y era él, se excitaba y lo odiaba. Lo amaba y lo hería, él la golpeaba y ella seguía, enajenada extasiada y violenta. Lo golpeó en el rostro, ese rostro que veía todas las mañanas y amaba y le hacía tanto daño, con un viejo candelabro. Besaba su boca y su sangre, su sudor y sus lágrimas. Y los gritos de ayuda desesperados y más sangre, más gemidos e insultos y besos. El incendio ahora inundado de sangre, sus cuerpos desvanecidos en el piso.
Cuando despertó comprendió que esta vez no era sueño. Se encontró desnuda, cubierta de sangre y desperdicios y el cuerpo inerte de un extraño en el living de su casa.

Sala de Espera

"Espera... todo es una larga espera.
Esperamos en los centros de pago, en la cola del supermercado.
Esperamos el colectivo, tren o subte.
Esperamos para comer, para ver, para encontrarnos.
Esperamos un momento, esperamos toda la vida.
Esperamos algo, o a alguien.
Esperamos el éxito, el fracaso, el cambio, la vida, la muerte.
Esperas desesperadas, esperas resignadas.
Todos siempre esperamos algo."
Por favor espere a ser atendido en la sala de espera.

Este es el cartel que se encuentra en la sala de espera "La Esperanza", para animar a los que recién llegan, subiendo por la escalera, buscando una solución.
-Si sabía que había que esperar tanto no venía nada- Dijo el señor que estaba sentado en la silla de madera, al lado de la mesita con el jarrón lleno de flores de tela, mientras aflojaba su corbata.
La señora que estaba del otro lado de las flores de tela, lo miraba, y poco a poco comenzaba a inquietarse con cada resoplido que el señor de corbata aflojada lanzaba. Le transpiraban las manos, se le iba el color de la cara, y finalmente se hizo eco de los quejidos del hombre
-¡Qué calor hace acá! ¿Por qué no prenden el aire digo yo? ¿Ustedes no sienten calor?-
Yo apenas la miré, porque pensé que si tan solo asentía con la cabeza, o lo que es peor, la contradecía, iba a tener que estar dispuesta a charlar todo lo que quedara de espera. Situación que realmente me espantaba. No sabría explicar el por qué, pero a medida que crece un diálogo con alguna persona, porque a veces no tengo otro remedio que entablarlo, comienzo a transpirar abundantemente y una picazón colorada me recorre todo el cuello. Sí, pareciera que es alergia.
-¡Muy buenas tardes!- saludó el hombre que acababa de entrar. Apenas levanté la vista y lo miré, en un pestañeo que me dio el tiempo exacto de observar sin ser descubierta. Era un hombre muy pulcro, con un pantalón beige, camisa amarilla y un suéter de un color rosado subido. Sentí pena por él, al ver que nadie contestó su saludo tan lleno de optimismo, ya que uno por resoplar, el otro por estar próximo a desmayar, y yo claro, por las razones antes expuestas, creamos una atmósfera de vacío e indiferencia absoluta. Yo saludé, pero seguramente no me habrá escuchado.
Recorrió el lugar con la mirada y se sentó en la silla que estaba a mi lado, frente al resoplido y al desmayo.
-Señora ¿se siente mal?- Preguntó el amable señor.
-Estoy un poco mareada -le contestó- hace tiempo que estoy esperando y todavía no salió ni entró nadie. Hace calor y siento... una opresión en el pecho, como si no pudiera respirar, aunque claramente estoy respirando sino no podría estar hablando con usted, pero ahora que lo pienso quizás no estoy hablando con usted, quizás usted no existe y me estoy inventando todo esto, alucinaciones que se tienen cuando uno está...-¡Pero no puede ser!- Irrumpió y fue directo hacia la puerta del consultorio. La golpeó, amable, pero insistentemente.
-Mire que primero estoy yo, llevo horas esperando y llegue aquí primero.
-Discúlpeme señor, ¿y en ningún momento golpeó la puerta? Quizás no hay nadie. La señora se siente mal y creo que deberían verla pronto. En realidad ya deberían haberla atendido antes. ¿A ninguno se le ocurrió golpear esta puerta?
Yo observaba la situación e invadida por los nervios no sabía que hacer. Nadie salió ni de esa ni de ninguna otra puerta. Lo cierto es que hacía tiempo que yo también esperaba. Supuse que la atención sería muy personalizada y que nos dedicarían todo ese tiempo a cada uno de nosotros. Comencé a dudar, y a sentirme mal yo también. Si bien el lugar me lo habían recomendado, me parecían extrañas sus formas de atención, o mejor dicho, su falta de atención. No me habían aclarado que especialidad tenían, ni exactamente como trataban a sus pacientes, pero me habían dicho que era el único lugar en donde podría tratar todos mis problemas, físicos y psicológicos, de una sola vez. Dicho así suena extraño, como uno de esos productos mágicos que venden en la tele, pero cuando uno no sabe ya a donde acudir, agota todas las posibilidades. Imaginé que sería algo así como homeopatía o flores de bach.
Al ver que el tiempo pasaba y nadie salía, el clima empezó a espesarse cada vez más. El señor ya se había sacado la corbata y los zapatos. La señora ahora no sentía sus piernas. El de suéter rosado intentó abrir la puerta y estaba cerrada. Yo mientras tanto miraba, y mis piernas se movían bruscamente al ritmo que ellas querían.
Luego de estar allí por un par de horas, salieron por debajo de la puerta unos papeles, que lógicamente tomó el señor que estaba atento parado al lado del consultorio.
-¡Nos lanzaron planillas! ¡Hay cuatro, una para cada uno!- y comenzó a repartirlas, con un intenso entusiasmo incomprensible.
Tomé el formulario, esperaba encontrarme con un trámite de esos largos, lleno de datos inútiles a completar. Pero no. Solo decía: "Gracias por esperar. La espera nos revela , nos lleva a dialogar con nosotros mismos y conocernos cada vez más. Ahora, que ha esperado lo suficiente, es el momento de completar la planilla, tómese el tiempo que desee para no olvidarse de nada"
Pedía nombre, apellido y en el resto de la hoja deberíamos completar, con letra clara y de imprenta la pregunta "¿Qué esperas?"
Por vez primera en la sala sonó el silencio. Cruzamos miradas, alguno sonrió, otro resopló, la señora milagrosamente recuperó el aliento, y a sus piernas. Yo, quedé completamente quieta. Y de pronto todos nos sentimos absorbidos por ese papel. Comencé por completar mi nombre y apellido y con cuidado miraba la hoja del señor que había vuelto a sentarse a mi lado. Supongo que para saber por donde debería empezar, para orientarme, para no soltarme a escribir y luego darme cuenta de que lo entendí todo mal. Si, la inseguridad siempre fue mi fiel compañera de ruta. Él se detuvo en el mismo lugar que yo, y claramente, que todos los demás.
¿Y vos, qué completarías en la planilla?

Cinco sentidos

Sintió el pan que se tostaba en la cocina, y el aroma a café matinal que siempre lo despertaba.
Recordó su sabor y su boca se convirtió en un torrente de saliba. No pudo dejar de oír el canto de los pájaros y teros que posaban bajo su ventana, reparados del intenso calor del verano. Se acostó en el piso y acarició la rústica madera, ya desmejorada por el paso de los años, como cuando era niño; para escuchar las voces que le susurraban desde las profundidades. El olor a tierra mojada lo llevó al recuerdo de su madre regando el jardín, y la vió allí, sonriente, cálida, como siempre la había recordado. Corrió a abrazarla. Cuando despertó le costó entender que nada de eso lo rodeaba. Escuchó las gotas chocar contra su techo y sintió el olor a lluvia golpeando en el asfalto caliente. Bocinas, gritos, insultos en lugar de aves. Su boca estaba seca y con el sabor agrio del último cigarrillo. No había madera, sino alfombra. No vió el jardín, ni a su madre, ni hubo desayuno. No . Angustiado decidió volver a dormir para recuperarlo, pero su sueño ya se había acabado.

El Invisible

Cuenta la historia de un hombre, que entre las gentes se perdía.
Al parecer era tan gris, tan pálido o tan oscuro -no lo se fehacientemente porque nunca lo vi- que aunque hiciera lo imposible por aparecer, nunca lograba ser visto.
Probó vestirse con colores llamativos, adornarse con peinados exóticos, comportarse de manera extraña, pero todo era en vano. Por más esfuerzo que hiciera, pasaba por las masas inadvertido, casi transparente. Las carteras lo golpeaban en el brazo, en la espalda, y hasta a veces en la cara. Los bastones pisaban sus pasos. Los diarios, las bolsas, las mochilas, los paraguas, los zapatos. Menos las miradas.
Si un perro levantaba su pata, él corría porque orinaría sobre su pierna, seguro. Si alguna vez se encontró perdido, no preguntó, porque sabía que ni siquiera se habrían detenido a escucharlo.
En su juventud, y adultez, inició innumerables cursos y talleres, para tratar su problema, su karma. Se propuso una y otra vez vencer sus temores, y no mostrarse nervioso ante la gente, pero su temor se volvía más grande, nunca nadie recordaba su nombre, y en los recreos, mientras todos hablaban gratamente sobre lo bien que estuvo la clase, o de la delicadeza de ese autor, o sobre las nuevas tendencias de la literatura mundial, él, a un costado, solo, frustrado, acompañado únicamente por el humo de su cigarrillo y la transpiración de sus manos, se preguntaba porque nadie lo veía.
Muchas veces, imaginé como sería en su intimidad, en su soledad, si habría algo que lo hiciera divertir, o al menos, sentirse menos mal.
Mágicamente una mañana algo me acercó a su pensamiento, a sus sentimientos; Yo caminaba hacia mi trabajo, apurado, como siempre, corrido por el reloj como estaba acostumbrado, cuando algo me llevó a levantar la mirada. Era una carta volando por los aires, y ningún dueño preocupado corría a buscarla, simplemente volaba.
La recogí y, para asegurarme, miré hacia todos lados buscando a su autor, o a su destinatario, no lo sabía.
Fue muy tentador para mí leerla, me inquietaban sus palabras, sus formas, hacia quien estaría dirigida. Nadie se acercó, ni nadie se detuvo, así que me la lleve. Llegué a mi oficina, prendí la lámpara y comencé a leerla.
La letra era legible, clara, preciosa. Se encontraba escrita con paciencia, y con dedicación, como si fuera una carta de amor:

Un ser completamente infeliz soy. Nadie comprende, nadie ve lo que hay en mí.
Todos juzgan, pero nadie se compromete. Como una roca finjo ser para que ninguna herida marque a fuego mi piel. Pero mi alma es frágil, vulnerable como una rosa;
Hábitat natural de caricias.
Quisiera arrancar de mi pecho palabras y arrojarlas al viento: Todas las que nunca dije, todas las que llevo dentro. Pero sería en vano, nadie podría oírme.
Si pudiera expresar todo lo que siento...
Si con la calidez de una voz dulce, encontrara una melodía en la que dormirme.
Si tuviera unos brazos que me contengan. Unas piernas que me sostengan, una mano que me saque del vacío. Un alma en la que refugiarme.
Pero es tarde, la espera me agotó. Se apagó todo lo que en mí antes brillaba,
Estoy opaco, sin esperanzas de que algo cambie, mejor dicho, sin tiempo de que algo cambie.
Seguiré siendo lo que soy, alguien que sufre su soledad, como muchos otros seres, lo sé, pero yo la sufro más, porque es mía.
Soy un ente que deambula por las calles, sin salida. Una sombra que sigue a los demás. Alguien que por esconderse de las miradas, se borró.
Alguien que siente que a nadie le hace falta, que nadie notaría su ausencia.
Por eso, si estás leyendo esta carta, es porque sos lo único que tengo, lograste detenerte, inquietarte ante un papel escrito con lágrimas volando por los vientos de nuestra estresada ciudad.
Y si seguiste leyendo, quiero dejarte un humilde pensamiento, un consejo, que podes tomar o dejarlo volar, como esta carta al viento, nunca intentes pasar inadvertido
pues se hará costumbre y ya luego nadie te verá. Te borrarás del sistema. Y eso te llevara a una triste y letárgica soledad.
Te lo digo yo, que en mi vejez, y a pasos de mi partida, me doy cuenta que siempre me preocupé, en lugar de ocuparme más de mí.
El tiempo se va, y cuando uno se da cuenta, mira atrás y ya no hay más,
El reloj no se detiene y uno no puede esperar a que todo suceda como lo planeó.
La vida te da sorpresas, pero que lindo debe ser saber enfrentarlas.

No pude dejar de conmoverme por su contenido, sus palabras tenían tanta tristeza, tanta resignación. Sentí un dolor, que pocas veces experimenté.
No solo acepté su consejo y me aferré a él con fuerza, sino que además me inspiró un cuento.