El Invisible

Cuenta la historia de un hombre, que entre las gentes se perdía.
Al parecer era tan gris, tan pálido o tan oscuro -no lo se fehacientemente porque nunca lo vi- que aunque hiciera lo imposible por aparecer, nunca lograba ser visto.
Probó vestirse con colores llamativos, adornarse con peinados exóticos, comportarse de manera extraña, pero todo era en vano. Por más esfuerzo que hiciera, pasaba por las masas inadvertido, casi transparente. Las carteras lo golpeaban en el brazo, en la espalda, y hasta a veces en la cara. Los bastones pisaban sus pasos. Los diarios, las bolsas, las mochilas, los paraguas, los zapatos. Menos las miradas.
Si un perro levantaba su pata, él corría porque orinaría sobre su pierna, seguro. Si alguna vez se encontró perdido, no preguntó, porque sabía que ni siquiera se habrían detenido a escucharlo.
En su juventud, y adultez, inició innumerables cursos y talleres, para tratar su problema, su karma. Se propuso una y otra vez vencer sus temores, y no mostrarse nervioso ante la gente, pero su temor se volvía más grande, nunca nadie recordaba su nombre, y en los recreos, mientras todos hablaban gratamente sobre lo bien que estuvo la clase, o de la delicadeza de ese autor, o sobre las nuevas tendencias de la literatura mundial, él, a un costado, solo, frustrado, acompañado únicamente por el humo de su cigarrillo y la transpiración de sus manos, se preguntaba porque nadie lo veía.
Muchas veces, imaginé como sería en su intimidad, en su soledad, si habría algo que lo hiciera divertir, o al menos, sentirse menos mal.
Mágicamente una mañana algo me acercó a su pensamiento, a sus sentimientos; Yo caminaba hacia mi trabajo, apurado, como siempre, corrido por el reloj como estaba acostumbrado, cuando algo me llevó a levantar la mirada. Era una carta volando por los aires, y ningún dueño preocupado corría a buscarla, simplemente volaba.
La recogí y, para asegurarme, miré hacia todos lados buscando a su autor, o a su destinatario, no lo sabía.
Fue muy tentador para mí leerla, me inquietaban sus palabras, sus formas, hacia quien estaría dirigida. Nadie se acercó, ni nadie se detuvo, así que me la lleve. Llegué a mi oficina, prendí la lámpara y comencé a leerla.
La letra era legible, clara, preciosa. Se encontraba escrita con paciencia, y con dedicación, como si fuera una carta de amor:

Un ser completamente infeliz soy. Nadie comprende, nadie ve lo que hay en mí.
Todos juzgan, pero nadie se compromete. Como una roca finjo ser para que ninguna herida marque a fuego mi piel. Pero mi alma es frágil, vulnerable como una rosa;
Hábitat natural de caricias.
Quisiera arrancar de mi pecho palabras y arrojarlas al viento: Todas las que nunca dije, todas las que llevo dentro. Pero sería en vano, nadie podría oírme.
Si pudiera expresar todo lo que siento...
Si con la calidez de una voz dulce, encontrara una melodía en la que dormirme.
Si tuviera unos brazos que me contengan. Unas piernas que me sostengan, una mano que me saque del vacío. Un alma en la que refugiarme.
Pero es tarde, la espera me agotó. Se apagó todo lo que en mí antes brillaba,
Estoy opaco, sin esperanzas de que algo cambie, mejor dicho, sin tiempo de que algo cambie.
Seguiré siendo lo que soy, alguien que sufre su soledad, como muchos otros seres, lo sé, pero yo la sufro más, porque es mía.
Soy un ente que deambula por las calles, sin salida. Una sombra que sigue a los demás. Alguien que por esconderse de las miradas, se borró.
Alguien que siente que a nadie le hace falta, que nadie notaría su ausencia.
Por eso, si estás leyendo esta carta, es porque sos lo único que tengo, lograste detenerte, inquietarte ante un papel escrito con lágrimas volando por los vientos de nuestra estresada ciudad.
Y si seguiste leyendo, quiero dejarte un humilde pensamiento, un consejo, que podes tomar o dejarlo volar, como esta carta al viento, nunca intentes pasar inadvertido
pues se hará costumbre y ya luego nadie te verá. Te borrarás del sistema. Y eso te llevara a una triste y letárgica soledad.
Te lo digo yo, que en mi vejez, y a pasos de mi partida, me doy cuenta que siempre me preocupé, en lugar de ocuparme más de mí.
El tiempo se va, y cuando uno se da cuenta, mira atrás y ya no hay más,
El reloj no se detiene y uno no puede esperar a que todo suceda como lo planeó.
La vida te da sorpresas, pero que lindo debe ser saber enfrentarlas.

No pude dejar de conmoverme por su contenido, sus palabras tenían tanta tristeza, tanta resignación. Sentí un dolor, que pocas veces experimenté.
No solo acepté su consejo y me aferré a él con fuerza, sino que además me inspiró un cuento.