Sala de Espera

"Espera... todo es una larga espera.
Esperamos en los centros de pago, en la cola del supermercado.
Esperamos el colectivo, tren o subte.
Esperamos para comer, para ver, para encontrarnos.
Esperamos un momento, esperamos toda la vida.
Esperamos algo, o a alguien.
Esperamos el éxito, el fracaso, el cambio, la vida, la muerte.
Esperas desesperadas, esperas resignadas.
Todos siempre esperamos algo."
Por favor espere a ser atendido en la sala de espera.

Este es el cartel que se encuentra en la sala de espera "La Esperanza", para animar a los que recién llegan, subiendo por la escalera, buscando una solución.
-Si sabía que había que esperar tanto no venía nada- Dijo el señor que estaba sentado en la silla de madera, al lado de la mesita con el jarrón lleno de flores de tela, mientras aflojaba su corbata.
La señora que estaba del otro lado de las flores de tela, lo miraba, y poco a poco comenzaba a inquietarse con cada resoplido que el señor de corbata aflojada lanzaba. Le transpiraban las manos, se le iba el color de la cara, y finalmente se hizo eco de los quejidos del hombre
-¡Qué calor hace acá! ¿Por qué no prenden el aire digo yo? ¿Ustedes no sienten calor?-
Yo apenas la miré, porque pensé que si tan solo asentía con la cabeza, o lo que es peor, la contradecía, iba a tener que estar dispuesta a charlar todo lo que quedara de espera. Situación que realmente me espantaba. No sabría explicar el por qué, pero a medida que crece un diálogo con alguna persona, porque a veces no tengo otro remedio que entablarlo, comienzo a transpirar abundantemente y una picazón colorada me recorre todo el cuello. Sí, pareciera que es alergia.
-¡Muy buenas tardes!- saludó el hombre que acababa de entrar. Apenas levanté la vista y lo miré, en un pestañeo que me dio el tiempo exacto de observar sin ser descubierta. Era un hombre muy pulcro, con un pantalón beige, camisa amarilla y un suéter de un color rosado subido. Sentí pena por él, al ver que nadie contestó su saludo tan lleno de optimismo, ya que uno por resoplar, el otro por estar próximo a desmayar, y yo claro, por las razones antes expuestas, creamos una atmósfera de vacío e indiferencia absoluta. Yo saludé, pero seguramente no me habrá escuchado.
Recorrió el lugar con la mirada y se sentó en la silla que estaba a mi lado, frente al resoplido y al desmayo.
-Señora ¿se siente mal?- Preguntó el amable señor.
-Estoy un poco mareada -le contestó- hace tiempo que estoy esperando y todavía no salió ni entró nadie. Hace calor y siento... una opresión en el pecho, como si no pudiera respirar, aunque claramente estoy respirando sino no podría estar hablando con usted, pero ahora que lo pienso quizás no estoy hablando con usted, quizás usted no existe y me estoy inventando todo esto, alucinaciones que se tienen cuando uno está...-¡Pero no puede ser!- Irrumpió y fue directo hacia la puerta del consultorio. La golpeó, amable, pero insistentemente.
-Mire que primero estoy yo, llevo horas esperando y llegue aquí primero.
-Discúlpeme señor, ¿y en ningún momento golpeó la puerta? Quizás no hay nadie. La señora se siente mal y creo que deberían verla pronto. En realidad ya deberían haberla atendido antes. ¿A ninguno se le ocurrió golpear esta puerta?
Yo observaba la situación e invadida por los nervios no sabía que hacer. Nadie salió ni de esa ni de ninguna otra puerta. Lo cierto es que hacía tiempo que yo también esperaba. Supuse que la atención sería muy personalizada y que nos dedicarían todo ese tiempo a cada uno de nosotros. Comencé a dudar, y a sentirme mal yo también. Si bien el lugar me lo habían recomendado, me parecían extrañas sus formas de atención, o mejor dicho, su falta de atención. No me habían aclarado que especialidad tenían, ni exactamente como trataban a sus pacientes, pero me habían dicho que era el único lugar en donde podría tratar todos mis problemas, físicos y psicológicos, de una sola vez. Dicho así suena extraño, como uno de esos productos mágicos que venden en la tele, pero cuando uno no sabe ya a donde acudir, agota todas las posibilidades. Imaginé que sería algo así como homeopatía o flores de bach.
Al ver que el tiempo pasaba y nadie salía, el clima empezó a espesarse cada vez más. El señor ya se había sacado la corbata y los zapatos. La señora ahora no sentía sus piernas. El de suéter rosado intentó abrir la puerta y estaba cerrada. Yo mientras tanto miraba, y mis piernas se movían bruscamente al ritmo que ellas querían.
Luego de estar allí por un par de horas, salieron por debajo de la puerta unos papeles, que lógicamente tomó el señor que estaba atento parado al lado del consultorio.
-¡Nos lanzaron planillas! ¡Hay cuatro, una para cada uno!- y comenzó a repartirlas, con un intenso entusiasmo incomprensible.
Tomé el formulario, esperaba encontrarme con un trámite de esos largos, lleno de datos inútiles a completar. Pero no. Solo decía: "Gracias por esperar. La espera nos revela , nos lleva a dialogar con nosotros mismos y conocernos cada vez más. Ahora, que ha esperado lo suficiente, es el momento de completar la planilla, tómese el tiempo que desee para no olvidarse de nada"
Pedía nombre, apellido y en el resto de la hoja deberíamos completar, con letra clara y de imprenta la pregunta "¿Qué esperas?"
Por vez primera en la sala sonó el silencio. Cruzamos miradas, alguno sonrió, otro resopló, la señora milagrosamente recuperó el aliento, y a sus piernas. Yo, quedé completamente quieta. Y de pronto todos nos sentimos absorbidos por ese papel. Comencé por completar mi nombre y apellido y con cuidado miraba la hoja del señor que había vuelto a sentarse a mi lado. Supongo que para saber por donde debería empezar, para orientarme, para no soltarme a escribir y luego darme cuenta de que lo entendí todo mal. Si, la inseguridad siempre fue mi fiel compañera de ruta. Él se detuvo en el mismo lugar que yo, y claramente, que todos los demás.
¿Y vos, qué completarías en la planilla?