Sequia

En los jardines verdes y floridos de la casa de Julia abundaba paz y tranquilidad infinita.
El silencio era profundo y hasta a veces ensordecedor.
El aroma de las plantaciones de frutas era un perfume natural del ambiente en donde uno podía permanecer por horas, días, o tal vez años.
La calidez de las flores con el contraste del fuerte verde del pasto provocaban que no quisieras irte nunca de allí. Estabas tan aferrado a ese lugar, tan lleno de dicha, tan en contacto con tus emociones que era imposible no aferrarme a vos y al paisaje.
Y así pasaron nuestros días, soñando con volver a ese lugar, recordando cada día esos aromas, esos colores, ese silencio.
Con el paso del tiempo, la rutina, el cansancio y la sequía acabaron con el hermoso jardín. Todo era amarillo y marchito. El verde ya no existía y lo florido poco a poco desaparecía.
El jardín era entonces un sombrío lugar, en donde la paz ya no era tanta, por el contrario, invadía con sentimientos nostálgicos a cualquiera que haya pasado por allí.
El jardín se marchitó y vos también con él. Nunca más recuperaste esa alegría, esa juventud, esa paz. Pasaste días y noches enteras deprimido, angustiado, pensando y reprochándote en la soledad de tu cuarto, porque no habías regado ese jardín, el jardín de tus sueños.