Ausencias

Mientras aguardaba su turno en la sala de espera del doctor Iribarri, Amalia sentía que su vida se acortaba poco a poco y que seguramente el doctor le daría muy malas noticias, ya que él le daría el resultado de varios análisis.
Sentía el corazón latir muy fuerte, y un pinchazo que la tenía preocupada. Incluso sentía que se le dormía el brazo.
También sentía que su presión estaba siempre por el piso y en varias oportunidades la llevó a descompensarse. En una de las visitas, el doctor le había tomado la presión y estaba en perfecto estado, es más, sugirió que hasta quizás era un poquito alta. Por lo cual se asustó y tuvo miedo de que un día la sorprenda un temible ataque de presión.
Entonces comenzó con una dieta estricta y eliminó la sal para siempre de todas sus comidas, por las dudas. También eliminó el azúcar por la diabetes. Ya que su tatarabuelo la padecía.
Se sentía débil, por lo cual supuso que estaba baja de defensas y seguramente un poco anémica, debido a algún espantoso bicho que estaría comiendo sus glóbulos y plaquetas lentamente. Se realizó entonces un análisis completo de sangre, también por las dudas.
Visitó al dentista, por si acaso una temible infección la acechaba e ingresaba en su sangre y así llegaba fácilmente hacia sus órganos vitales.
También fue al ginecólogo, ya que sentía una molestia muy grande en el cuello del útero, vaya uno a saber como podría llegar a identificar tal dolor, pero ella lo sentía.
Se realizó pap, colpo, ecografía, mamografía y por las dudas una intrauterina.
Hacía un repaso en su cabeza de que síntoma le quedaba sin atender, no vaya a ser cosa de olvidarse de alguno y que pronto la sorprenda la parca.
Así fue que también por las dudas concurrió al oftalmólogo, al otorrino, al traumatólogo, al gastroenterólogo, al hematólogo y hasta al dermatólogo, aunque tuviera una de las pieles más perfectas que se haya visto.
Fueron protagonistas las radiografías, los electrocardiogramas, las endoscopías, audiometrías, eccodoplers, tomografías entre otras treinta variedades de estudios.
Todos en el laboratorio la conocían, y hasta formaron una amistad con ella, se pasaba tardes enteras allí dentro tomando unos mates y charlando de la vida. De la ausencia de vida.
Cuando el doctor Iribarre salió y anunció su nombre, corrió por su cuerpo adrenalina pura, como la que despide un montañista al escalar el Aconcagua, o un paracaidista al arrojarse al vacío.
Temerosa entró al consultorio esperando escuchar cuantos días de vida le quedaban.
-Bueno Rosales, el electro está perfecto, tiene el corazón tan fuerte como el de un niño. Su análisis de sangre demuestra un perfecto equilibrio, ni siquiera un poquito de colesterol, y a su edad es algo muy común.
-¿Esta seguro doctor?-Interrumpe Amalia- Mire que yo estoy preparada para que me diga todo lo que me tiene que decir
-Pero no Amalia, soy su médico ¿como no le voy a decir la verdad si hubiera algo importante?
-No se, quizás porque no vale la pena, quedan pocos días seguramente, ni me entero, sigo mi vida normal… ¿y después? ¿Después qué Doctor?.. Ni me entero y usted encima se lava las manos.
-Mire Rosales… hace mucho que la conozco…
-Doctor, siento una molestia enorme acá –tocándose el cuello- siento que tengo la aorta tapada… lo siento, no me mienta más doctor…
-¿Pero qué disparate es ese? ¿Usted estudió medicina acaso?
-No, pero se reconocer los males en mi cuerpo. Los identifico desde chiquita.
-Señor Iribarre, disculpe que lo moleste, pero está el Señor Dutri y necesita ser atendido pronto, ya que tenía turno a las seis, y son las siete y media.
-Ok. Ya lo hago pasar. Mire, tengo que seguir atendiendo. Amalia usted está mucho más sana que yo. Deje de preocuparse y viva tranquila, hay problemas que son mucho mas serios que una posible muerte. Todos moriremos algún día, pero si la esperamos tanto la acercamos cada vez más hacia nosotros.
El doctor Iribarre era un fuerte sostén de Amalia, era el único que la podía tranquilizar, incluso mucho más que su psiquiatra… Al menos hasta la próxima visita.
Él sabía distinguir perfectamente la salud de la enfermedad, y sabía claramente que ésa era una depresión y una llamada de atención.
Todos los pacientes lo adoran, ya que los atiende de manera personalizada, les tiene paciencia, les explica todo y muchas veces, como en este caso, oficia también de psicólogo y hasta de cura confesor.
Fue siempre un hombre sumamente amable, muchas veces salió corriendo de su casa para ayudar a alguno de sus pacientes, o se quedó mucho más tiempo del que debía en el consultorio.
-No estás nunca en casa. ¿Que querías que hiciera? Hace meses que no me pones una mano encima-Contestó su esposa gritando y llorando a una acusación tan grave que él le estaba haciendo
-No estoy nunca en casa porque trabajo para mantener a la familia. ¡Para mantenerte a vos puta de mierda!
-No me hables así
-¿Y qué queres que haga? Llego a mi casa, y te encuentro revolcándote con un tipo en mi cama. Puta de mierda es lo mínimo que tengo para decirte.
-Bueno, yo también estoy sufriendo por todo esto. Sacate la venda de los ojos. Necesitaba un poco de atención también, hace tiempo que ni me miras, a la noche estás siempre cansado y cuando no tenes que salir de raje… Llegas a cualquier hora a casa. Yo… yo pensaba que tenías una amante… o varias…
-No me la des vuelta. Acá el único cornudo soy yo. ¡Quiero el divorcio!
Se encontraba profundamente decepcionado, ya que no solo le dolía el engaño, sino que pronto cumplirían el aniversario numero diez, y él había ya planificado todo, la llevaría a comer, a un restaurante elegante, a pasar una hermosa velada y luego iba a proponerle tener a su tercer hijo, quería buscar el varoncito.
Muy lejos de todo ese sueño, se encontraba en el sillón de su casa, aplastado, desencajado, pidiéndole el divorcio a su mujer, gritándole e insultándola como nunca lo hubiera imaginado. Y ya que se trataba de infidelidad, haría todo lo posible por probar adulterio y así quedarse con la tenencia de las nenas.
Claro que no fue necesario, ya que al verse ella hundida en tal miseria, decidió irse sin avisar totalmente avergonzada y pretendiendo dejar atrás todo su pasado. Tres años después se enteró que había sido encontrada sin vida en una sucia y oscura pensión.
-¿Entiende Amalia cuando le digo que todos moriremos algún día?