Gran Mundo, pequeño hombre

Como cada mañana al despertar, el pequeño hombrecito abre sus ojos y ansía, aunque sin esperanza alguna, que su nuevo día no sea tan gris como el anterior. Desea que su mirada se pierda entre hermosos paisajes floridos y verdes de todos los tonos y no en su estresante monitor, sentado en su vieja silla, en su escritorio percudido por el paso del tiempo y sus sueños perdidos entre pilas de papeles. Mientras el despertador arroja sus últimos acordes su mirada queda fija en el techo, con pensamientos perturbadores cruzando de un lado al otro de su mente, enfadándolo, acechándolo, convirtiéndolo en victima de siniestras acciones, decepciones, angustias, y pánicos crónicos. Otra vez, su día está arruinado, nuevamente lo negro tiñó lo blanco.Finalmente, con el aroma de madera añejada, humedad y naftalina el hombrecito mueve su piernita derecha, intentado dar el salto y caer sobre ésta en el suelo, pero todo esfuerzo es en vano, siempre la izquierda se anticipa y apoya en el suelo antes que su compañera, siempre.En camino a su trabajo siguen debatiéndose en su cerebro las ideas más absurdas, ridículas y abstractas, que hace tiempo le ganaron a las creativas y felices. En su pequeño gabinete se encierra y pretende aislarse de las malas personas que lo rodean, crea su pequeño mundo y permanece en él, volando, planificando, soñando, pero siempre es interrumpido, expulsado abruptamente de su pequeño mundo para entrar al grande, en donde él, como todos en cierta forma, pero él más por su condición de pequeño, es insignificante, invisible, imperceptible e indefenso. Es presa de tortuosas bromas de sus compañeros, maltratos de sus jefes, que no se apiadan del hombrecito, sino por el contrario contribuyen a su mal genio y lo empujan al vacío, quedando tieso, cada vez más al límite de sus propios pensamientos. Perdido en el gran laberinto de la mente.Cuando se va de allí, y cuenta con sus horas libres, el hombrecito vuelca todas sus decepciones, sus pequeños fracasos, sus masticadas angustias y pánicos en quienes no pertenecen a su miseria, a su submundo. El solo pensar en que dirán estas grandes personas, como lo tratarán, que opinarán de sus drásticas acciones, de sus equivocadas decisiones, de sus falsos momentos felices, de sus permanentes faltas de respeto, y desubicaciones, hace que el pequeño hombrecito crezca y se sienta grande, un adulto al menos por unos momentos, se engrandece y observa al mundo desde arriba, tal como el mundo lo observa a él. Pero para sentirse un hombre grande toma el concepto erróneo y observa desde el traje de hombre gigante, claro está que le queda grande pero él lo siente a su medida, y sueña que es lo que siempre quiso ser, un gran hombre. Concluido el sueño regresa a su hogar, como todas las noches vestido nuevamente de hombrecito. Nuevamente los aromas húmedos y viejos, nuevamente los roídos muebles oscuros, los viejos portarretratos con fotos antiguas, color sepia, las paredes haciendo juego, las naftalinas, las sucias cortinas, la alfombra vieja y desbastada por pulgas, arañas y otras plagas, el teléfono que hace años no suena, y su mesa con su silla. Se saca su saquito y lo cuelga. Va hacia la cocina, lava sus manitos, calienta su comidita y sirve su platito, trepa en su silla y se sienta a tomar su sopa mirando en la tele blanco y negro, alguna vieja película de cine mudo.Vuelve a su dormitorio, se quita su ropita se trepa a la cama, y se tapa hasta arriba, asoma sus ojitos mirando fijamente como se descascara cada vez más el techo, le reza a Dios, como todas las noches, clamando piedad y rogando inútilmente ser un gran hombre.