Despecho

Como cada sábado, desde hace años, se despierta temprano y se sienta en la cama a esperar a su amado que le traiga, como siempre, ese desayuno adornado con flores recién cortadas en bandeja colmada de sabrosas frutas de variados colores y perfumes. Con infusiones, tostadas, manteca y mermeladas de frutilla, higo y damasco. Medialunas, galletas, dulce de leche y esa sonrisa, la sonrisa más tierna que hayan podido apreciar sus ojos, ese brillo enamorado en la mirada, y ahora; la tristeza.
La desilusión nueva de cada sábado. La espera imbécil de esos ojos que vuelvan a decirle cuanto la aman. Esa mirada tan única, tan viril, tan masculina y ahora; la angustia. Esa opresión en la garganta y en el pecho mezcla de odio, dolor, resentimiento y venganza. Y la espera... esta espera que lleva tantas lunas. Quizás sea el sueño, ese mismo sueño que la agobia cada mañana y cada anochecer.
Piensa y vuelve a pensar y no encuentra explicación alguna a su soledad, si todo era perfecto. Tantas preguntas, tantos sueños inconclusos, tantos vientos que quedaban por compartir se revuelven en sus tripas con tanto odio encadenando sus órganos. Lo imaginaba, estando lejos y feliz y más nudos en su garganta, o besando y amando a otra mujer y más órganos estrujados, espasmódicos. Con cada mañana, una nueva erupción le cubría el cuerpo. Se rascaba más y más fuerte cada vez, y sangraba y se rascaba. Dejó toda actividad y se regodeó en su soledad, y en sus erupciones, en sus heridas.
¿A donde está? ¿Por qué nunca volvió a encontrarlo? ¿En dónde y con quién estaría? ¿Con quién?... Como un alud pasó y rompió sus objetos, sus ropas que nunca buscó, sus papeles y ahora libros viejos, fuego, llamas, documentos, y cuando se dió cuenta estropicios y tóxicos inundando el ambiente. Con el agua alcanzó a frenar el fuego, pero el desperdicio quedó intacto. Y bebió, bebió hasta desfallecer. Se derpertó a la medianoche, se arregló y salió en busca de otro trago. Eligió el vestido amarillo, ese que había usado aquella vez; con él.
Ese primer encuentro solos, en donde las chispas saltaban en el aire, y las miradas se recorrían, se deseaban y se extasiaban imaginando lo que seguiría.
En cuanto se vistió sintió lo mismo. Exactamente lo mismo no, esta vez era mezcla de odio y excitación. Maquillada y peinada con dedicación, recuperó el aspecto juvenil y un poco de su belleza. Caminó, y cada paso un nuevo pensamiento, y cada pensamiento una nueva bola de fuego en su interior, un nuevo órgano estrujado. Entró a un bar y se pidió un whisky. Tal vez otro, y otro más. Los hombres la miraban, se acercaban, ella aceptaba otro whisky y luego los echaba. Pero entre ellos apareció él. Él, que tenía la mirada profunda como cuencos en donde podía encontrar su remanso, su calma. Y la sonrisa, era claramente la sonrisa más bella que había visto en su vida, la sonrisa que sólo él podía tener, esa voz grave y susurrante, seductora, que la invitaba con otro trago. No pudo reprimir sus emociones y lo invitó a su casa. Después de todo era él, ¿o no lo era? Solo podría no ser él si alguien hubiera tallado a mano un modelo tan semejante, una copia fiel del original. Quizás era su oportunidad de recuperarlo, al menos a una parte de él.
En el camino a casa se besaron y acariciaron como aquella otra vez del vestido amarillo. Cuanto entraron él le quitó el vestido casi rompiéndolo y se besaron como si siempre se hubiesen amado. La levantó y ella gritaba y lo besaba, el clima era cada vez más excitante y agresivo, lo tiró al piso y comenzó a besarlo por todo el cuerpo, y a morderlo, a lastimarlo. Y el gusto a sangre, y más besos. Lo miraba y era él, se excitaba y lo odiaba. Lo amaba y lo hería, él la golpeaba y ella seguía, enajenada extasiada y violenta. Lo golpeó en el rostro, ese rostro que veía todas las mañanas y amaba y le hacía tanto daño, con un viejo candelabro. Besaba su boca y su sangre, su sudor y sus lágrimas. Y los gritos de ayuda desesperados y más sangre, más gemidos e insultos y besos. El incendio ahora inundado de sangre, sus cuerpos desvanecidos en el piso.
Cuando despertó comprendió que esta vez no era sueño. Se encontró desnuda, cubierta de sangre y desperdicios y el cuerpo inerte de un extraño en el living de su casa.